Por que será que muchas veces cuando crees que estas por encontrar un punto de apoyo, cuando piensas que tienes un asidero cerca, cuando sientes que estas por salir del atolladero… zas!...alguien se encarga de desbaratar tus ilusiones cargándote de lastre, de peso muerto innecesario que te complica más lo que creías duro ya de resolver. Por lo general es gente cercana, que te conoce, que está al tanto de tus debilidades y de lo que te hace ir a pique casi sin remedio.
¿Por qué será que las peores trastadas se las hacemos a quienes más queremos? Seguramente porque no tememos perder su amor, lo sentimos eterno… es imposible que se acabe. Somos más duros, más exigentes con los que creemos más cerca. De la lista no se escapa nadie. Nuestros padres, nuestros hijos, nuestras parejas y por supuesto “esos amigos de toda la vida que se cuentan con los dedos de una mano”. A veces hasta pedimos imposibles y nos molesta no recibirlos.
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Es como si nuestro amor o el amor que damos es una moneda de cambio para demandar exigencias sin ton, ni son a los que les depositamos ese afecto. Es que muchas veces ni medimos nuestro accionar, ni las consecuencias que pueden traer para ese “ser querido”. Total, con una disculpa, dada o tácita, tenemos. Con un “vente, vamos a tomarnos algo” todo vuelve a la normalidad. No pensamos siquiera en las cicatrices que dejamos, incluso ¿Cuáles cicatrices? Ninguno de los involucrados las percibe. La magia del perdón y el olvido del humano.
Muchas veces queremos tensar la cuerda sin saber su resistencia. Muchas veces no tenemos claro lo que está pasando, damos como un hecho que no se va a reventar. Muchas veces por alguna razón el aguante no es el mismo, tiene altibajos. Necesita reparaciones, esta deshilachada por algún lado.
No contamos que a quien exigimos también puede estar en un bache o atolladero o pozo o hueco… en una de esas tumbas de la depresión a la que la vida nos acostumbra llevar sin ni siquiera preguntar. Quizá buscamos una reacción distinta, pero solo logramos alejarle más la mano cuando a lo mejor seguir apoyando es el remedio.
¿Por qué será que las peores trastadas se las hacemos a quienes más queremos? Seguramente porque no tememos perder su amor, lo sentimos eterno… es imposible que se acabe. Somos más duros, más exigentes con los que creemos más cerca. De la lista no se escapa nadie. Nuestros padres, nuestros hijos, nuestras parejas y por supuesto “esos amigos de toda la vida que se cuentan con los dedos de una mano”. A veces hasta pedimos imposibles y nos molesta no recibirlos.
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Es como si nuestro amor o el amor que damos es una moneda de cambio para demandar exigencias sin ton, ni son a los que les depositamos ese afecto. Es que muchas veces ni medimos nuestro accionar, ni las consecuencias que pueden traer para ese “ser querido”. Total, con una disculpa, dada o tácita, tenemos. Con un “vente, vamos a tomarnos algo” todo vuelve a la normalidad. No pensamos siquiera en las cicatrices que dejamos, incluso ¿Cuáles cicatrices? Ninguno de los involucrados las percibe. La magia del perdón y el olvido del humano.
Muchas veces queremos tensar la cuerda sin saber su resistencia. Muchas veces no tenemos claro lo que está pasando, damos como un hecho que no se va a reventar. Muchas veces por alguna razón el aguante no es el mismo, tiene altibajos. Necesita reparaciones, esta deshilachada por algún lado.
No contamos que a quien exigimos también puede estar en un bache o atolladero o pozo o hueco… en una de esas tumbas de la depresión a la que la vida nos acostumbra llevar sin ni siquiera preguntar. Quizá buscamos una reacción distinta, pero solo logramos alejarle más la mano cuando a lo mejor seguir apoyando es el remedio.
Paciencia, amor, tolerancia, perdón, amistad, apoyo, una mano, un hombro, un oído, una mirada… una caricia, un beso, una frase de compromiso y palabras de aliento serían suficientes. Pero lo olvidamos con frecuencia y dejamos hundir las esperanzas. Que rollo tengo en la cabeza!... jajajajaja…
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