Foto: Ray Escobar
Lo bueno de ser fotógrafo, es que un buen fotógrafo jamás va a descubrir veinte años después que al frente de su casa hay un precioso árbol que jamás echó flores. Porque un buen fotógrafo siempre está a la caza discretísima de la sorpresa y no se puede dar el lujo de no mirar el árbol que es rutina... o la mujer de la panadería, que es rutina... o el cielo que siempre está allí, igual, azul, nublado, igual.
Tal vez allí esté la diferencia con el resto de los mortales; que los ojos se usan para descubrir, para maravillarse siempre, para sorprender a la vida en un acto memorable y guardarlo. Y nunca dirá, "mira esa ventana..." necesariamente, como un asunto de supervivencia, dirá, "mira esa foto"... o mejor aún... se colocará en el sitio preciso, en el momento preciso, sin ser visto... mimetizándose con el ambiente. Porque los momentos son frágiles, se asustan y se van. Y la vida se divide en pequeños instantes fotografiables... son demasiadas las fotos que no se hacen... Duelen, casi siempre.
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El que tiene la imagen por oficio nunca deja de atrapar momentos, siluetas, sombras, volúmenes, texturas de esas que se tocan con los ojos; nunca deja de escudriñarle a la vida los matices en los negros más hondos... y los detalles en la luz intensa. Cualquier cosa se convierte en píxeles (antes negativo, color o blanco y negro). En una fiesta se sienta en el puesto correcto, desde donde pueda definir todas las situaciones, desde donde pueda divisar lo que pasa, y no exista detalle, gesto, sonrisa, insinuación, fastidio, que se escape a su mirada de fotógrafo.
Es otra manera de vivir, porque es una forma visceral de ver la realidad. Las fotografías vienen desde la emoción y no desde el intelecto. No se piensa en una foto para luego hacerla. Ella nace del instinto, de adentro, de la sensibilidad que se remueve... y quien piense mucho, más aún, quien piense, perdió el momento... porque la más posada de las tomas, tiene instantes, miradas, detalles, pensamientos que no se repiten... Y desde allí es desde donde suena el clic. Lo demás, es intelectualidad post-mortem.
Lo bueno de ser fotógrafo, es que un buen fotógrafo jamás va a descubrir veinte años después que al frente de su casa hay un precioso árbol que jamás echó flores. Porque un buen fotógrafo siempre está a la caza discretísima de la sorpresa y no se puede dar el lujo de no mirar el árbol que es rutina... o la mujer de la panadería, que es rutina... o el cielo que siempre está allí, igual, azul, nublado, igual.
Tal vez allí esté la diferencia con el resto de los mortales; que los ojos se usan para descubrir, para maravillarse siempre, para sorprender a la vida en un acto memorable y guardarlo. Y nunca dirá, "mira esa ventana..." necesariamente, como un asunto de supervivencia, dirá, "mira esa foto"... o mejor aún... se colocará en el sitio preciso, en el momento preciso, sin ser visto... mimetizándose con el ambiente. Porque los momentos son frágiles, se asustan y se van. Y la vida se divide en pequeños instantes fotografiables... son demasiadas las fotos que no se hacen... Duelen, casi siempre.
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El que tiene la imagen por oficio nunca deja de atrapar momentos, siluetas, sombras, volúmenes, texturas de esas que se tocan con los ojos; nunca deja de escudriñarle a la vida los matices en los negros más hondos... y los detalles en la luz intensa. Cualquier cosa se convierte en píxeles (antes negativo, color o blanco y negro). En una fiesta se sienta en el puesto correcto, desde donde pueda definir todas las situaciones, desde donde pueda divisar lo que pasa, y no exista detalle, gesto, sonrisa, insinuación, fastidio, que se escape a su mirada de fotógrafo.
Es otra manera de vivir, porque es una forma visceral de ver la realidad. Las fotografías vienen desde la emoción y no desde el intelecto. No se piensa en una foto para luego hacerla. Ella nace del instinto, de adentro, de la sensibilidad que se remueve... y quien piense mucho, más aún, quien piense, perdió el momento... porque la más posada de las tomas, tiene instantes, miradas, detalles, pensamientos que no se repiten... Y desde allí es desde donde suena el clic. Lo demás, es intelectualidad post-mortem.
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